Impacto de la IA sobre el sistema educativo


Aunque la irrupción de la IA en la realidad educativa es aún más literaria que efectiva, en parte porque las herramientas aún están en fase embrionaria y sin un soporte técnico e institucional que permita implementarlas en las prácticas educativas, lo que sabemos por ahora hace pensar que tendrán sin duda un impacto determinante no solo en los métodos de aprendizaje y evaluación, sino también en la organización y gestión de la propia institución educativa y la formación del docente.

La automatización de rutinas de trabajo del docente y del alumno es inevitable, sustituyendo muchas de las prácticas anteriores. Hasta ahora, se podía acceder con inmediatez a contenidos educativos y a partir de esta información reestructurarlos de forma analítica, crítica y creativa en múltiples formatos, analógicos o digitales, o bien, como sucede en muchos casos, leer y memorizar para un examen. En ese proceso de reconstrucción de contenidos, el alumno debía leer, entender, discriminar, relacionar, resumir, estructurar, analizar críticamente... Algunas de las herramientas que usan IA ya pueden hacer eso por el alumno, ofreciéndole una versión simplificada, estructurada y estéticamente atractiva, de tal forma que el alumno solo debe comprender el chasis del contenido, evitándose la ardua tarea de leerlo, analizarlo y estructurarlo en sus elementos esenciales.

O por lo menos esa puede ser la comprensible tentación del alumno si sabe que dispone de esos medios y le pueden facilitar el trabajo, obteniendo igual o mayor rédito. Por eso es esencial que el docente sepa cómo funcionan esas herramientas, las use y evalúe y piense cómo pueden ser o no un aliado dentro de un proceso de aprendizaje significativo. El diseño de las experiencias de aprendizaje debe propiciar ese objetivo. Si nos limitamos a pedirle al alumno que haga una presentación o resumen de un tema, es fácil que en no más de 2 minutos tenga lista esa tarea, sin hacer ningún esfuerzo en leer y comprender. Recordemos que en una prueba estandarizada ChatGPT sacó en numerosas áreas académicas más de un 8 de media. Si la prueba consiste en definir, discriminar, desarrollar un tema, incluso analizar casos prácticos, la IA lo hará con solvencia. El alumno solo debe memorizar el contenido tamizado y listo. Por si el docente que lee esto desconociera cómo está evolucionando las habilidades prácticas de la IA, decir que ya puede procesar un texto, imagen o vídeo y extraer de ellos un resumen, análisis, interpretación, conceptos clave, ejemplos, guión o esquema... También puede a partir de unos datos previos, crear una presentación atractiva y sintética de esos contenidos. La IA puede procesar un audio -por ejemplo, una clase magistral del docente- y transcribirla para después analizarla, resumirla, explicarla, añadir datos, ejemplos... Herramientas de IA como ‘Gradescope’ y otras más corrigen por ti las pruebas que tú diseñes, y te indica qué entendió o no cada alumno. ‘Rytr me’ escribe por ti textos efectivos. ‘Grammarly’ chequea textos, los adapta a un lenguaje más fluido y natural, corrige faltas ortográficas y gramaticales y demás rutinas. Incluso existen algunas herramientas como ‘Jasper’ que hacen todo esto y más en una sola plataforma, aplicable a rutinas educativas y de comunicación en la vida cotidiana. ‘Eduband’, diseñada por una Universidad de Pittsburg, detecta potencialidades en cada alumno y facilita estrategias de mejora. 

Por eso, cuando diseñamos las tareas educativas, debemos tener en cuenta cómo será el proceso de aprendizaje, qué le pediremos al alumno que haga, en qué medida esas acciones facilitan un aprendizaje significativo y no meramente funcional. A no ser que el objetivo de esa tarea o proyecto sea la puesta en marcha de otras destrezas en las que una IA pueda ser de gran ayuda y la asimilación de contenidos sea secundaria o vehicular. 

Pero tengamos en cuenta que la irrupción de la IA en la vida educativa no tendrá solo impacto en las rutinas de trabajo de docentes y alumnos, también en la propia gestión del sistema educativo y en la formación del docente. Es previsible que buena parte de la formación se automatice, más aún de lo que ya se está haciendo a través de la conversión de un modelo presencial en otro online o virtual. La presencia física del docente en el proceso de enseñanza-aprendizaje se irá diluyendo, incluso en su función virtual, ya que muchas rutinas de evaluación de las futuras plataformas online de formación se automatizarán a través de algoritmos. Ya no será necesaria la tutorización continua de un docente dentro del proceso de formación. Este cambio, si bien es aún residual, está en aumento. Muchas comunidades autónomas cada vez ofrecen más formación online que presencial, y los docentes se suman a ellas, alentadas por las ventajas que procuran: no tener que desplazarse y gastar tiempo y dinero en los trayectos y flexibilidad en la gestión de tiempo y espacios de trabajo. Tras la pandemia, este modelo está en auge y la aparición de la IA en el ámbito educativo no hará sino hacerla aumentar. 

No es de extrañar que en unas décadas este modelo virtual acabe extendiéndose a la práctica docente en los centros educativos. En grupos de alumnos con cierta autonomía y dominio de los medios es previsible que desde la Secundaria, más aún en Bachillerato y con seguridad en la Universidad se implementen modelos educativos híbridos, incluso totalmente digitales en algunos casos. No solo se dará en aquellas tareas académicas que el alumno pueda realizar sin la mediación del docente, o a través una tutorización digital, sino también en tareas prácticas, que requiera el dominio de instrumentos y procesos. La sofisticación de las herramientas de simulación digital guiada (por el docente o por una IA) sustituirán en buena parte la práctica del taller o el laboratorio. Hasta el mismo proceso de evaluación puede ser automatizado por una IA. Hay que tener en cuenta que las rutinas de trabajo práctico en los centros irán poco a poco transformándose, al ritmo en que lo hacen las propias rutinas de mecanización digital, que ya no necesitarán de la mediación directa de un operario, sino tan solo la supervisión y mantenimiento de los sistemas y maquinarias. Esto provocará un cambio en las operaciones de trabajo en el proceso de enseñanza y un necesario y constante reciclado del docente. 

Lo previsible es que esta transformación se empiece a observar en instituciones educativas privadas, ya que requiere de un considerable presupuesto, una logística y un alumnado con medios y autonomía de trabajo. Pero la siguiente será la enseñanza pública, cuyos gestores verán en ello un medio de reducir costes y de controlar los procesos de calidad y estandarización de la evaluación. El rol del docente irá bajo este escenario cambiando su función real en el proceso de aprendizaje. El paso del docente como transmisor de conocimientos ha dado paso al de mentor o guía, con una creciente irrupción de los medios digitales tanto en el proceso de enseñanza como en el de supervisión institucional de sus rutinas de trabajo. La necesidad del docente en su versión física, presencial, es necesaria, bajo este prisma, solo en edades tempranas y en contextos de déficit competencial o vulnerabilidad social. Con alumnos autónomos y con niveles competenciales óptimos el docente se diluye en una función meramente de guía y supervisión, y en según qué niveles y objetivos ni eso. Pensemos el impacto de esta revolución tecnológica sobre el aprendizaje de los idiomas. Un algoritmo puede dirigir el proceso de aprendizaje y evaluarlo, sin mediación de un docente. Ya existen plataformas que se basan en IA y que ofrecen servicios de evaluación de contenidos.

Pensemos que el propio modelo de evaluación (de alumnos y de docentes) puede ser dirigido por una IA. Cuando alcancen la suficiente sofisticación, podrán determinar en qué medida el proceso de enseñanza ha conseguido tal o cual objetivo, y ofrecer soluciones prácticas para mejorarlo, diseñando incluso tareas o situaciones de aprendizaje. El control sobre la gestión del proceso de enseñanza y aprendizaje será mediado por una IA, que puede incluso ofrecer análisis de datos y estrategias de mejora a las políticas educativas. De hecho, aunque parezca ciencia ficción, ya estamos experimentando cambios en esa dirección. La automatización de los procesos de trabajo del docente cada vez son más fiscalizadas por las instituciones educativas, solo que aún se hace a través de medios muy rudimentarios, que dejan cierta autonomía al docente. Es razonable pensar que este control institucional crezca y se vuelva más sofisticado e intrusivo. En estos años pos pandemia, el mayor esfuerzo hecho por las administraciones educativas autonómicas en materia de formación del docente se dirigen esencialmente a la competencia digital, obviando la integración de esta en un marco que integre todas ellas. La preocupación de las instituciones educativas obedece a que la aceleración en la transformación de los modos de producción y comunicación podrían dejar a la escuela obsoleta e incapaz de dar respuesta a los retos laborales de un futuro no tan lejano. De ahí que dos objetivos esenciales sean la formación digital y el refuerzo de la Formación Profesional. 

Cabe reseñar otro aspecto no menos relevante. Las editoriales tradicionales se han ido adaptando a la progresiva digitalización de los materiales didácticos, hasta tal punto de que a estas alturas son conscientes de la previsible desaparición (o carácter residual) del papel en el espacio educativo, al menos en etapas no tempranas. Las empresas que ofrecen servicios digitales van a ser transformadas en un modelo de negocio muy diferente al de la editorial al uso. De hecho, es probable que las editoriales, a no ser que se diversifiquen, sean fagocitadas por otras empresas que ofrecerán plataformas más versátiles, innovadoras y atractivas de gestión educativa y de uso y evaluación de contenidos. A mínimo que buceemos en las webs oficiales de las editoriales, notaremos que su plan de negocio está cambiando; por ejemplo, AIS, el asistente inteligente de Santillana. 

La propia administración educativa se verá afectada por este proceso de ‘algoritmización’ de la gestión educativa. Numerosos procesos de control, evaluación y gestión serán controlados por IA. Eso permitirá a priori una agilización de esos procesos, pero también una mayor estandarización y divorcio entre las prácticas reales de aula y los requerimientos burocráticos del sistema. El efecto será sin duda contradictorio. Por un lado, esperamos que la IA resuelva y agilice rutinas de trabajo, pero en sentido contrario provocará una mayor burocratización y estandarización de la gestión y evaluación del docente, además de una mayor dependencia de los algoritmos a lo largo del proceso de enseñanza.

La guerra por conseguir acuerdos con las instituciones educativas para tener el monopolio de la gestión del proceso de enseñanza y aprendizaje por ahora se mantiene dentro de un politeísmo difuso, pero es previsible que numerosos servicios del sistema educativo acaben externalizándose a través de empresas que gestiones todos los servicios. La propia educación pública no podrá asumir una gestión de esa envergadura. El sueño de una autogestión libre y compartida recibirá su último mazazo con la IA. La digitalización creciente de la educación pública es en cierto modo una burbuja creciente, que exige una cada vez más sofisticada estructura, dotación, formación y mantenimiento. Los costes irán en aumento, hasta tal punto de que podrían suponer un alto porcentaje de los presupuestos educativos. Hasta la fecha, los fondos de resiliencia europeos pagan, previo tutelaje y control, pero no es seguro que esta dependencia aguante las necesidades emergentes, además de que los fondos son finitos. La educación pública se sostiene por ahora gracias a ese mecenazgo presupuestario, pero es difícil pensar que acabado éste pueda aguantar los requerimientos de este cambio de modelo. Por otro lado, además del asunto crematístico, hay que repensar los costes que esta dependencia tiene sobre la capacidad del sistema educativo para autogestionar con autonomía y libertad currículos, medios, planes de estudio, metodologías, modelos de evaluación... El discurso institucional que defiende la creatividad y el empoderamiento del docente en un marco competencial es contradictorio, ya que cada vez existe una mayor injerencia sobre lo que debe enseñarse y cómo hacerlo. Los propios currículos están en parte teledirigidos no por instancias nacionales y autonómicas, sino europeas, en el marco integral de los objetivos del milenio o agenda 2030. 

La IA va a plantear también otro reto no menos sustancial, ya que requiere externalizar a través de empresas especializadas muchos servicios de creación de contenido y gestión de plataformas, y dedicar mucho dinero a I+D en un contexto aún embrionario y frágil. Por esto el proceso de cambio será lento y, como apunté más arriba, se verá primero en contextos sociales más ventajosos. La irrupción en la enseñanza pública será lenta y desigual, generando sin duda desequilibrios en función de los contextos sociales de las familias. La cultura de digitalización en contextos vulnerables es escasa, sin medios, a menudo tóxica y sin apoyo emocional. El uso de la tecnología requiere conocimientos básicos, autonomía de trabajo y responsabilidad de uso. En contextos complejos estas condiciones previas no se dan, debiendo atender competencias básicas debilitadas (comprensión lectora, razonamiento matemático, habilidades sociales...)

Por otro lado, se implementarán sin duda herramientas de IA que permitan reducir las argucias del alumno durante el proceso de aprendizaje. Reconocimiento de voz y retina, blindaje durante la realización de las pruebas, detección de plagio o fake, control de tiempos y procesos resolución de tareas… Sin embargo, es previsible que durante mucho tiempo, a no ser que el docente revise su forma de evaluar, buscando tareas que no se limiten a memorizar o transcribir, y que propicien una adquisición de destreza cognitivas, el alumno tendrá manga ancha para servirse de IAs rudimentarias que le aligeren esas rutinas y obtenga mayor beneficio al mínimo esfuerzo. De ahí que en el fondo la irrupción de la IA sea una llamada a repensar los modelos de enseñanza y evaluación a la luz de la nuevas limitaciones y posibilidades que ofrece este escenario de acceso al conocimiento y la comunicación. Quejarnos de nada servirá. Todo cambiará y lo hará como siempre, para bien y para mal. En nuestra mano está ofrecer una educación integral y profunda en tiempos convulsos, que no se limite a ser funcional y adaptativa, sino también humanística e integral. 

La pregunta es: ¿qué sesgos incluirá el diseño de tales algoritmos? ¿Qué perdemos en este cambio sustancial? ¿Llegará un momento en el que no cuestionemos la desaparición del docente como transmisor de saberes y valores, incluso como mentor o guía de los procesos de aprendizaje? ¿Cómo resolver la gestión emocional en contextos de enseñanza donde la presencia del docente y los propios compañeros de aula se disipa en la pantalla de un ordenador? ¿Qué distopías deshumanizantes traerá esta deriva? ¿Cómo equilibrar esos factores indeseables con las virtudes de este nuevo escenario? ¿Cómo corregir el inevitable desequilibrio entre alumnos con rentas cómodas y aquellos en situación de vulnerabilidad?

El Consenso de Beijing sobre la Inteligencia Artificial y la Educación, organizado por la UNESCO desde 2019, ha establecido algunas líneas de reflexión y acción que sirvan de marco común a la hora de abordar este cambio sustancial en nuestra forma de aprender, trabajar y comunicarnos. Podéis descargar aquí un pdf en varios idiomas donde resumen las conclusiones. Afirma que la IA debe gestionar e implementar el nuevo modelo educativo emergente de esta transformación, poniéndose al servicio de:

  • el empoderamiento de los docentes y su enseñanza,
  • el aprendizaje y de la evaluación de los resultados
  • y el desarrollo de los valores y de las competencias necesarias para la vida y el trabajo,
  • así como proporcionar a todos posibilidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida.

Como puede observarse, remarcan objetivos que nos sugieren reflexiones de difícil resolución y que ponen sobre la mesa elementos contradictorios. ¿Cómo puede un modelo basado en IA, donde se automatizan numerosas rutinas de trabajo y gestión, hacer que el docente esté más empoderado, sea más autónomo y favorezca el pensamiento crítico y creativo, más allá de una mera adaptación al medio? ¿Cómo pueden potenciarse valores bajo un modelo, en ocasiones de una preocupante toxicidad emocional, que en parte sustituye experiencias que antes estaban mediadas por modelos comunicativos que requerían contacto físico, una empatía de proximidad y toma de decisiones que implican acciones de cuerpo presente? ¿Cómo puede un modelo que impele a una adaptabilidad constante en un contexto laboral volátil, confuso e inestable, por no decir voraz y darwinista, ofrecer competencias críticas y creativas que trasciendan la mera funcionalidad y aporten un valor social y ético y no condenen al individuo al aislamiento y la anomia? El modelo de la UNESCO adolece, a mi juicio, de cierta autocrítica, una mirada más reflexiva en torno a las posibles distopías que una transformación así puede suponer no solo para el sistema educativo, sino también para la vida social y el empleo. Los mismos expertos en IA intuyen que uno de los peligros más plausibles de este viraje de modelo global será su incapacidad para no generar más brecha social y económica, distopía que no compete a los ingenieros, sino a gestores económicos y políticos, y que tarde o temprana impregnará las prácticas educativas. Las exigencias mínimas que requiere esta adaptación tecnológica dejará a muchos ciudadanos por el camino, aumentando las brechas ya existentes.

Es necesario reflexionar acerca de la profunda incertidumbre y preocupación que este viraje está provocando en docentes y familias, y que no responde tan solo a la natural adaptación a la que obliga toda transición de un paradigma a otro, sino a problemas tangibles que requieren de escucha y compromiso desde las instituciones educativas y los organismos políticos. La comunicad académica advierte del peligro de erosión de un conocimiento humanístico a proteger como patrimonio inmaterial y herencia moral frente a la intrusión de poderes económicos que pretenden configurar las políticas educativas a su imagen y semejanza, sin tener en cuenta los efectos perversos de su injerencia, a mayor gloria de su productividad y beneficio. Poderes que tienen bajo su yugo a los propios Estados, dependientes de subvenciones internacionales que sostienen proyectos acelerados de digitalización educativa. Dependencia económica que tiene sus evidentes contraprestaciones y tutelas. 

La narrativa moral se mezcla con los dictados estratégicos, como si ambos fueran compatibles sin serias contradicciones. Desde el 'hombre de negro' que coordina este engranaje en un despacho internacional, pasando por el gobierno, los presidentes autonómicos, los consejeros de educación, los técnicos y asesores, los responsables de proyectos educativos, hasta llegar a los docentes de a pie y los alumnos y sus familias, todos vertebramos y damos vida inconscientemente a esta maquinaria invisible que pretende que los ciudadanos se adapten con docilidad y, si es posible, compromiso voluntario, a ese mundo por venir que nadie sabe ponerle forma, pero que gota a gota construye realidades no tan deseables. Adáptate y si puedes sé feliz, ese parece ser el eslogan complaciente de esta ingeniería social. ¿No debiera ser acaso la Educación ese reducto numantino que nos proteja contra esta indolente maquinaria? ¿Qué sucederá si el propio sistema educativo se convierte en un servidor silente y eficaz de intereses ajenos a su razón de ser, marcando con renglones torcidos lo que hay que aprender y cómo hacerlo? ¿Qué sucederá si los propios docentes y ciudadanos asentimos sin cuestionar ni actuar?  

Ramón Besonías


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