Entrenando la oralidad en mis clases de Bachillerato




Aprender es una actividad muscular de sutiles fibras, requiere del arbitrio de imponderables factores que escapan del registro numérico, exigiendo del docente competencias no aprendidas en ninguna facultad ni libro de texto.

En mis clases concedo una importancia esencial al entrenamiento en hábitos y estrategias de expresión oral, que aplicamos a formatos creativos diversos, como la elaboración de guiones radiofónicos en nuestra emisora o disertaciones y debates en clase, siempre siguiendo un proceso de trabajo guiado por mí y de constante acompañamiento y evaluación de cada fase. No se trata de hablar de lo que sea y sin ningún criterio que conduzca y dé sentido a las intervenciones. Los retos orales todos tienen su justificación curricular, su soporte metodológico y su guía evaluativa. 

A fin de cuentas, el reto es que los alumnos se entrenen en hábitos de pensamiento a los que están poco acostumbrados, ya que en la mayoría de los casos simplemente se ven obligados a tragar sin masticar contenidos enlatados que no comprenden. Este reto es compartido con algunos otros docentes de mi centro, lo que facilita ir a una en ese objetivo y reforzar cada docente desde su área esos procesos de comprensión, expresión y creación. Trabajar solo con estas metodologías y objetivos es más difícil, un intento de achicar el océano. Estamos obligados a coordinarnos y aprender juntos como docentes.

En un principio, es fácil claudicar, ya que los efectos visibles no se manifiestan enseguida. Hay que tener paciencia. No pocos docentes manifiestan su escepticismo hacia estas metodologías porque requieren un entrenamiento del propio docente, un cambio de hábitos de trabajo, un modelo de evaluación diferente, y porque poner exámenes es más cómodo y con efectos directos: pongo la nota y listo. 

Comparto un ejemplo real: después de un año de entrenamiento, este segundo curso empiezo  ver sus frutos en mis alumnos/as de Bachillerato. Algunos al inicio del curso pasado no había quien les hiciera salir a hablar delante de la clase, menos aún preparar de forma lógica y secuenciada una disertación de 2 o 3 minutos. Pues bien, a día de hoy ya son capaces de forma más o menos autónoma crear guiones de argumentación, secuencias razonadas de ideas, y, lo que es más significativos, disfrutan de ello, se implican emocionalmente con los contenidos que exponen y los compañeros les escuchan. Por supuesto, no es un contexto ideal; siguen entrenándose, se plantean múltiples problemas, bloqueos variados... Pero la brecha se acorta. No sienten miedo a expresarse y lo hacen preparando previamente su discurso, documentándose y planificando su intervención oral. Los resultados son dispares, pero estamos en el buen camino. Es un proceso lento, que requiere algo más de los dos años que nos permite el Bachillerato, pero es un buen curso de iniciación para después aplicar lo aprendido a otros contextos vivenciales y profesionales.

No entreno la expresión oral aislada de otros lenguajes. Al contrario, se trata de que entrenen en rutinas de pensamiento a través del uso de los lenguajes oral, escrito y audiovisual, en constante retroalimentación. Leen, escriben, planifican, analizan, comprenden, definen, narran, secuencian y crean a través de múltiples formatos que les permiten desarrollar su creatividad y sus habilidades sociales. El resultado debe ser visible, tangible y compartible, no reducible a un mero papel (examen, trabajo escrito), sino que se pueda traducir a un producto creativo del que otros puedan aprender y que ellos puedan ver y reconocer como suyo.

Os animo a ir más allá del lenguaje escrito en vuestras clases y diseñar retos que permitan traducir ideas a múltiples lenguajes interrelacionados, en constante diálogo y creativos, donde el análisis y la comprensión sean tan importantes como la propia implicación emocional del alumno en la tarea. El intento lo merece. Quien lo probó lo sabe.

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