Me gusta, pero es muy largo




Cuando leo reportajes como éste -enlace aquí-, suelo como es natural trasladar la reflexión al ámbito que conozco: la educación. Y al hacerlo no es difícil entrever las mismas distopías y retos que aquejan al periodismo contemporáneo. No leen apenas y lo que leen es breve, efímero, sesgado, contradictorio, banal. Rehuyen lecturas largas y profundas, aunque reconocen hacerse preguntas sesudas, existenciales. Prefieren que los contenidos vengan enlatados en lenguajes audiovisuales que textuales. Tienen conciencia de ser una generación ajena a los intereses de sus progenitores, a los que observan como de otro planeta (incluido los docentes). Son pragmáticos, buscan un conocimiento funcional, que les facilite una competencia tangible. 

¿Cómo enseñar bajo este escenario? He ahí la gran pregunta. Cuando el docente se niega a plegarse a metodologías que se integran en las formas de aprendizaje cotidiano de los alumnos, éstos simplemente memorizan y olvidan el contenido. Un libro de texto y un examen al uso es para ellos mero trámite. Tragan información para después olvidarla. Eso incluye la EBAU, cuyo sentido último es en esencia un mero mecanismo de equilibrio entre oferta y demanda de grados. Nada más. Aprender es otra cosa, nada fácil de conseguir y a menudo invisible.

Sin embargo, existen características comunes en nuestros alumnos que pueden ser de gran ayuda a la hora de conseguir un aprendizaje significativo y no meramente funcional. Empecemos por una que genera no poca polémica: ¿cómo provocar que lean y que aquello que lean lo comprendan, lo analicen y reconstruyan crítica y creativamente? Ya el reto inicial -que lean- es decepcionante. El texto largo -más de media página les asusta, y más aún si contiene conceptos ajenos a su diccionario cotidiano- les impone respeto, acostumbrados a recibir y emitir mensajes cortos, desechables, que mezclan lo textual con lo audiovisual en un contexto de interacción social. Es aquí, en esa mezcla entre lenguajes, donde podemos obtener algo de luz. Nuestro modelo educativo es eminentemente logocéntrico; la palabra escrita domina contenido y forma, recurriendo casi siempre a lo audiovisual como recurso periférico, secundario, residual, entendido -la cosa viene desde Platón- como mera apariencia o entretenimiento. Lo oral y la imagen (fija o en movimiento) rara vez maridan en equilibrio con el proceso de aprendizaje, y debieran hacerlo. Primero, por una razón meramente funcional: los contextos de conocimiento, interacción y trabajo son cada vez más multisensoriales, combinan diferentes fuentes y códigos. Leer es un concepto muy limitado si lo reducimos a la palabra escrita. Casi todas las palabras que leen, lo hacen en escenarios donde la imagen y el sonido conviven sin recelos mutuos.

Esto debiera tenerse en cuenta a la hora de diseñar los modelos de enseñanza. Leer, oír, ver, interactuar, compartir, son operaciones de aprendizaje con las que están acostumbrados a vivir diariamente fuera del aula no solo los alumnos, también los docentes. Este paradigma ya empieza a ser muy común entre los docentes que llevan pocos años en el oficio. Tampoco los docentes de menos de 30 o 40 años -y no tan jóvenes- leen ya prensa escrita; lo hacen en sus móviles y casi siempre llegan a las noticias no entrando en la web del periódico, sino enlazando noticias desde redes sociales. El mismo docente está sufriendo una profunda transformación en su forma de acceder a contenidos y conocer el mundo que le rodea. 

¿Se puede conseguir una conexión con la tradición del conocimiento a través de estos medios multisensoriales e interactivos? Por supuesto. El cómo no desluce el qué, plegarse a metodologías diversas y cercanas a los contextos reales de aprendizaje más allá del aula no traicionan el reto esencial de obtener un conocimiento profundo. Más bien lo acerca y hace comprensible. Humanizar la tecnología, descubrir su potencial y limitaciones, facilitando un uso creativo y crítico de la misma es el gran reto de la escuela contemporánea. Enfrentar tradición e innovación -no confundir con esnobismo- es un grave error. 

Posdata: En más de una ocasión algunos docentes me han confesado al leer reflexiones como ésta: ¡Ramón, me ha gustado tu reflexión, pero es muy larga!


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