La IA que está llegando


Acaba de anunciarse Microsoft 365 Copilot, una integración de la IA de ChatGPT en el paquete ofimático de Microsoft. Aunque aún ésta en modo beta y a la espera de cómo y a qué precio se facilitará al ciudadano medio, en la presentación se intuye que el usuario podrá pedir a la IA que cree por él textos, presentaciones, tablas y otros formatos sin el arbitrio de la lectura, resumen, análisis y creación de contenidos. La IA lo hará por ti, tan solo facilitándole como base previa datos que procesará y compilará para ti. La dificultad a priori es saber qué darle como materia prima a la IA para que haga lo que esperas de ella. 

Aunque esta versión parece muy rudimentaria y sin duda plagada de fallos, ya podemos intuir por dónde va la nueva revolución digital que se está diseñando poco a poco ajena a nuestra voluntad. La idea es ofrecer herramientas con las que el docente, alumno o ciudadano no tendrá que dedicar tiempo y esfuerzo a buscar datos, discriminar su idoneidad, relacionarlos en una ruta de pensamiento, analizarlos y crear un formato compartido que los presente o comunique. Algo así como lo que muchos alumnos hacían y hacen si les pides que hagan un PowerPoint sin marcarle pautas, enlaces, criterios y demás condicionantes. El alumno copia y listo.  No procesa los datos, no lee, no discrimina su objetividad, no distingue niveles, grados, relaciones… La IA lo hace por él. Aún es torpe, rudimentaria, pero aprende rápido. En un año, será capaz de lograr una versión aceptable de lo que le pides, sin necesidad de retoques sustanciales. 

¿Cómo se ajusta esto con los objetivos esenciales de la educación obligatoria, con alumnos en proceso de aprendizaje, con competencias cognitivas de débil andamiaje, en contextos culturales que cada vez simplificarán más sus rutinas de trabajo y ocio? ¿Cómo procurar bajo este contexto tecnológico un aprendizaje significativo y la adquisición de competencias cognitivas básicas de lectura, comprensión y reconstrucción analítica y crítica de contenidos? ¿Cómo hacerlo con el arbitrio de una IA que sustituye y destituye esas destrezas? 

A priori no veo más solución que un modelo educativo en el que se procure primero la adquisición analógica de esas destrezas cognitivas, y solo después de adquirirlas aplicarlas a objetivos prácticos donde la IA pueda ser una aliada. Si obviamos ese paso previo estaremos destruyendo el objetivo primordial del aprendizaje: la adquisición de rutinas cognitivas que faciliten un pensamiento autónomo, analítico y crítico. Si no sabemos qué preguntar a la máquina, ésta nos dará respuestas acorde con la calidad de nuestro tallaje intelectual o ajenas a nuestra comprensión y habilidad analítica. Facilitar no siempre es útil desde un punto de vista didáctico, sobre todo si sustituye el proceso de pensar. Sin duda, si el objetivo es generar un proyecto, la IA puede ser un aliado esencial en una parte de ese proceso, pero no puede suplantar la acción humana a la hora de pensar qué hacer, cómo hacerlo, por qué hacerlo. Menos aún puede (debiera más bien) hacerlos el trabajo de leer, resumir, analizar, deconstruir y comunicar lo leído. Esa es tarea del humano inteligente, libre y crítico. No todas las tareas o los retos de la escuela son instrumentales, la mayoría no pretenden construir un proyecto, crear algo, pero el modelo educativo parece encaminado a ese objetivo primordial. Producir. Saber qué pedirle a una máquina, antes aún de que el cerebro del alumno esté preparado para cuestionarse lo que lee o hace, adquirir habilidades de pensamiento autónomo y crítico. 

Es necesario que las políticas educativas piensen con ayuda de gabinetes multidisciplinares, con expertos en desarrollo cognitivo y psicológico de la infancia y la adolescencia, cuál debe ser el proceso de aclimatación progresiva a las nuevas tecnológicas en el ámbito de un aprendizaje reglado. Hasta ahora lo único que existe es dotación y un indiscriminado albedrío didáctico, sin criterios, pautas, formación y evaluación seria y contrastada del impacto de esas tecnológicas en el desarrollo integral de los menores. Las políticas europeas dictan agendas, rutas, tiempos, y controlan el uso del presupuesto, pero no evalúan el impacto real de estas implementaciones no solo sobre el aprendizaje, tampoco sobre la salud de los menores. Una adoración acrítica hacia la tecnología educativa domina las políticas institucionales, sin calma para ponderar factores múltiples, no sólo educativos, que permitan ajustar y calibrar la intervención y evaluación. 

Si usamos estas tecnologías sin tener claros los objetivos primordiales que alientan todo proceso de enseñanza, corremos un riesgo de debilitar capacidades esenciales que protejan al futuro ciudadano adulto contra las distopías políticas y sociales que se avecinan, y convertirlos en meros taquígrafos de algoritmos creados por intereses ajenos a lo educativo. La escuela no debe solo adaptar al alumno al mundo que le rodea, sino sobre todo entenderlo y recrearlo de forma autónoma y crítica. 

Dejo para otra reflexión los retos que este escenario generará en lo referente a formación del docente y reestructura de modelos de enseñanza y diseño y organización de centros educativos. Mucho que repensar, mucho que hacer.

Ramón Besonías


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