Móvil, sueño y salud mental

 

Cuando pensamos en un proyecto digital de centro, a menudo lo que se nos viene a la mente es el desarrollo de la competencia digital de docentes y alumnos, la mejora del uso didáctico de herramientas digitales, así como de la dotación y la gestión de recursos. Sin embargo, aunque sea una preocupación latente, obviamos con facilidad el impacto que estas tecnologías tienen en la vida cotidiana de nuestro alumnado, no solo en entornos vulnerables, sino como parte de una cultura de consumo generalizado donde los hábitos se trastocan, dando paso a conductas que alteran necesidades básicas de los menores, como el sueño, la alimentación, la atención y la concentración, las relaciones interpersonales, hábitos de estudio y gestión del tiempo.

La salud mental y física del alumnado se ha convertido en una preocupación recurrente en los claustros docentes y en las familias, y uno de los factores agravantes de esta distopía es el impacto que tiene el consumo indiscriminado e irracional de dispositivos dentro y fuera de los centros, multiplicado por otros factores emocionales que interactúan en esos contextos de comunicación donde se mueve nuestro alumnado e hijos.

En mi centro, este escenario es especialmente preocupante. La situación que ilustra la viñeta es real y habitual. Alumnos/as que pasan una parte de la mañana dormidos en el aula, sin ganas, desmotivados, pendientes del móvil, con la atención dispersa, incapaces de concentrarse, de leer con profundidad un breve texto o realizar una tarea rudimentaria con cierta eficacia. En muchos casos, el entorno social y familiar agrava estas conductas, pero no es necesariamente el único detonante. Cada vez es más habitual observar conductas de este tipo en alumnos de familias normalizadas, en las que existe una cierta armonía emocional y hábitos saludables. La cultura digital contemporánea contiene en sí misma aspectos distópicos que alteran el desarrollo físico, emocional y académico del alumnado y que requieren de nuestra reflexión y actuación compartida.

Repensar el uso racional de la tecnología dentro y fuera de los centros es esencial antes de abordar su intervención educativa en el proceso de aprendizaje. No basta con conocer, aplicar y evaluar aspectos meramente metodológicos y académicos. La realidad impone un enfoque más holístico y humanista. 

Recientemente pedí a mis alumnos de Psicología de segundo de Bachillerato que realizaran un sencillo trabajo de investigación acerca de este asunto en el contexto de mi centro, con entrevistas cualitativas a numerosos alumnos/as de diferentes edades. Los resultados fueron los previsibles y aún más preocupantes: fatiga visual, insomnio, dolores de cabeza, cuello y hombros, ansiedad, adicción, dificultad para concentrarse, pérdida de memoria, agresividad, disminución del ejercicio físico, apatía, descontrol de hábitos de sueño, aseo y alimentación... Todo ello con rutinas cotidianas alteradas: uso prolongado del móvil durante la noche, periodos escasos y disruptivos de sueño, cansancio y falta de concentración y atención en el aula, desayuno deficiente o inexistente, aumento del consumo de bebidas energéticas... En algunas ocasiones, este cuadro físico y psicológico deriva o agrava otras conductas aún más graves, que acaban afectando no solo a las expectativas académicas y el rendimiento, sino también a la salud de los menores. 

En mi centro hemos puesto el foco en esta problemática, intentando sumar voluntades y esfuerzos en buscar acciones compartidas que mejoren la salud de nuestro alumnado. Un reto titánico, contra corriente, pero necesario. 


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